martes, 13 de octubre de 2009

Mi lugar de origen

Nací en Florida, entre Paysandú y Uruguay, en Montevideo. La zona muy céntrica, a dos cuadras de la Plaza Independencia. Estábamos rodeados de comercios, era muy transitado, pasaba e tranvía por la puerta de casa, así que jugar en la vereda no se podía, era peligroso.
Íbamos con mi hermano al colegio “San Vicente de Paul” (Hermanas Vicentinas).
Quedaba en Reconquista y Misiones, nos llevaba la camioneta del colegio ya que mis padres no llegaban a casa en esa hora.
A la vuelta de casa está la iglesia “Nuestra Señora del Lourdes”, es hermosa.
En aquella época teníamos en la cuadra y en la manzana todo tipo de comercios, almacenes, carnicerías, panaderías, jugueterías, bazares, sastrerías, bares, kioscos, era muy populosa. Estaba una academia de baile por Florida, no era un barrio para niños, siempre teníamos que estar adentro. A los nueve años nos mudamos a la Ciudad Vieja.
Adelina.

Cuanto me agrada comenzar a realizar esta tarea que me exigirá hacer un esfuerzo de memoria, recreando la misma desde la lejana década de 1930 hasta la emigración en el lejano ya final de la década del sesenta, casi cuarenta años de vida, que mirados a la distancia y en conjunto, veo una etapa prolongada, que la mirada retrospectiva la presenta como agradable, con una formación en ambiente de clase media modesta, con criterios firmes sobre el trabajo, la honradez, la sinceridad, el valor de la palabra y el valor inviolable que significa el compromiso establecido por esa misma palabra, con un valor moral superior al documento escrito.
Al pasar quiero manifestar un criterio que se me ha revelado acá en el sur del país.
Cuando llegué acá, al sur, me sorprendió aquello que era inexistente en mi lugar de origen: el “mañana vengo”, “la semana que viene te pago”, “el martes comienzo a trabajar”, “¿me prestas tanto?”, o “¿me prestas el martillo?”, etc.
Acá es como si no se prometiera nada, quien esto escribe lo consideraba inconcebible y que en mi concepto descalificaba a aquel que procedía con irresponsabilidad y lo sentía por él, sintiendo que me estaba robando mi ilusión de lo que está bien y es lo correcto.
Y sigamos con el recuerdo de la niñez, con la imagen de mi pequeño pueblito, con sus calles de pedregullo, con lindas cunetas para caminar por ellas cuando llovía y el agua cubría nuestros pies descalzos, mientras el agua caía sobre nosotros y no sentíamos el frío aunque el mismo reinara.
En el verano, el fin de semana imponía la concurrencia al monte y la ribera del arroyo Santa Ana o aún mejor y más lindo al río Queguay (25 Km.) dónde sus aguas corrían con rapidez y con fuerte rumor; a su borde una amplia galería que permite el baño en las aguas y el descanso de sus sombras.
Pasmos a los aledaños de Guichón, que es la población que es la población a la que estoy aludiendo.
La cuchilla de Haedo que sirve de límite con el Departamento de Río Negro cae en suave declive de hermoso verde moteado de palmeras que por cientos embellecen la campiña regional.
En 1957 festejamos el cincuentenario de la declaratoria de centro poblado por el parlamento, instalando una estela de homenaje al fundador Pedro Luís Guichón.
En la oportunidad se creó el escudo de la ciudad que dice: “Cordialidad y trabajo son Palmas de Guichón” como versión al trabajo y a la cordialidad de sus pobladores que según versión de los visitantes es una de las características de sus habitantes.
A pesar de que quizá pueda ser muy extenso me voy a permitir relatar dos episodios más de mi ya lejana juventud.
A principios de la década del cuarenta, concurría a buscar la carne -comprar- a la carnicería en la cual nos proveíamos para el hotel de mis padres por adopción, donde quien escribe trabajaba; en una oportunidad fui testigo de una solicitud que hoy acá en el sur se hubiera entendido como una broma e intento de “cuento del tío”. Había una señora muy humilde, no recuerdo su nombre pero sí que le decíamos “la gangosa” por su forma de hablar debido a un desperfecto que tenía en su labio superior, con su particular forma de hablar le dice al carnicero: “Don Miguel no me da veinte centésimos de pulpa y ochenta de vuelto que mañana le traigo el peso”. Dicho hoy acá provoca la hilaridad generalizada, sin embargo en esa época y a casi 400 Km. al norte, aquél era un pedido muy normal, el favor era pertinente a un cliente de todos los días, y el cumplimiento de la palabra no se podía olvidar, estaba garantido y el carnicero podía contar con ese dinero para el día siguiente.
Otro episodio en la misma carnicería, quien escribe, años más tarde además del hotel que trabajaba, cumplía las ocho horas en un escritorio rural frente a aquella carnicería mencionada. Una tarde mi empleador y otros compañeros de trabajo cruzaron a la antes mencionada, según me informaron a degustar los derivados de una pequeña “yerra” realizada en las cercanías del pueblo. Supuse que serían algunas costillitas de cordero y alguna otra carne asada a la parrilla en algún pequeño fogón pueblerino. Quien habla, como funcionario de menor rango debía quedarme hasta que vinieran a relevarme. Así fue, y cuando llegué al fogón encontré lo que me habían dejado y me dijeron que eran el producto de la castración de los terneros, que se realiza para engordar a los novillos.
Mi primer reacción fue de desagrado, pensé que me estaban haciendo una broma, pero ante la seriedad de quienes me lo decían y su insistencia accedí a probar aquello, los testículos del ternero, huevos, como vulgarmente se le dice en el campo.
Pero que rico, su textura y paladar lo transformaban en un rico y delicado bocado, incomparable sabor, quizá similar a un producto del (mar) océano Pacífico que degusté en Santiago de Chile y me dijeron o figuraba en la carta como “loco”.
Era un buen convite, pero si hubiera sido una broma no me desagradó. Después he de confirmar que es un fino y agradable bocado.
Juan Pablo.

Estoy convencida que marcó mi trayecto de vida, por supuesto junto a los genes que señalan nuestra forma de ser.
Hasta hoy muy lejano en el tiempo “el Cerro” es mi barrio, a pesar que sólo viví 16 años. La costa al sur y el cerro al suroeste dan al barrio un panorama como ningún otro de la ciudad de Montevideo.
Casi 60 años viví en otro lugar, y a pesar de haber encontrado allí mi compañero, haber nacido mis hijas y transitado muchas etapas, sigue siendo el cerro mi barrio. Vivía en una casa de madera y chapa, humilde pero acogedora. El trato con mis vecinos era bueno, me apreciaban y cuidaban a mi y a mi hermana, mientras mi padres trabajaban. Fue también el escenario de mis primeros encuentros con mi futuro esposo, y la etapa más larga que conviví con mis padres y mi hermana.
Dinorah.

En la ruta 11 que va a San José, más o menos km. 67 entrando por un camino a poca distancia, estaba mi casa. No teníamos vecinos ya que éstos vivían sobre la ruta.
Tres eucaliptos altos y los demás árboles abarcaban una amplia gama dentro de aquel paisaje hermoso que rodeaba la casa, acompañada de diferentes plantaciones y el tambo. Después de ordeñar se ponía la leche en tarros altos en una enfriadora y un carro se llevaba a la ruta por la cual pasa un camión que la transportaba a Conaprole. Muchas gallinas y patos, mi madre premiaba al que recogía más huevos. Mi papá hacía fuego y ponía a tostar el maíz, luego lo llevaba a la tahona y se convertía en rico gofio.
Nunca me olvidaré el tiempo que venían con las (…) y los empleados para hacer las cosechas. En el día se trabajaba mucho y por las noches todos rodeaban un gran fogón, donde la guitarra, cantos, anécdotas, alegraban muchísimo y se aprovechaba el fuego para hacer la cena. Disfrutábamos mucho del contacto con la naturaleza, era una vida muy diferente a la del pueblo. Hoy paso por el lugar, la casa ya no está, me emocionan muchísimo todos aquellos lindos recuerdos que llegan a mi mente, solos están los tres eucaliptos marcando el lugar: “aquí vivías”.
Maria Elena.


Allá por el otoño del 27 vine a este mundo. Lo fue en la orilla izquierda del arroyo Cabrera, departamento de Florida. Se trata de un arroyo de mediana extensión, sin lagunas profundas y, con una corriente muy agradable en el Paso Real donde cuenta con una calzada para facilitar el paso de carros y carretas. Si bien no se trata de tener llamativo caudal propio, mucho se acrecienta con las lluvias, dado que los campos se inclinan bien a sus orillas sin arboladas y, le aportan buena cantidad de agua cuando llueve. Esto y las vertientes que le dan vida en el decantamiento de Cerro Colorado, lo hacen un arroyo de sostenido caudal, acotando sus vecinos no haber presenciado un corte ni en las peores sequías. Su arbolada comienza a presentarse desde el Paso Real, o sea desde el camino que nos permitía ir a la estancia de Villamil, pasando Millán y, a los pobladores de Casupá y Reboledo, desde donde, tomando tren o motocarro podíamos ir a la capital o a Melo y Treinta y Tres y Río Branco.
Este comienzo del monte distaba unas diez cuadras de mi rancho y de allí sí se prolongaba unas cuarenta cuadras hasta la desembocadura con el Casupá, que ya venía con el aporte del Chamamé y el Chileno. Ahora acotan algunos que los plantíos de eucaliptos próximos a su cauce le estarían agrediendo por el hecho de chuparle de su agua. Yo tenía una relación muy afectiva. Jugaba en sus corrientes cristalinas sobre arena gruesa entre la laguna posterior al Paso Real y de la menor entidad que daba a nuestro campo, a la que seguían corrientes sobre arena, casi hasta la chacra de Semperena. Sus crecidas desbordantes me daban el trabajo de sacar los animales que la cañada aledaña a mi rancho, como una especie de ramal o desvío, dejaba encerrado en el potrero y, las crecientes al romper los alambrados me obligaban a la reparación de los zarzos en cuestión. Cosa que para mi no dejaba de ser una interesante tarea.
También en su caudal criollo (solo tenía un sauce llorón) cuando venía de la escuela me agradaba hacer los deberes a su sombra. Con frecuencia me iba corriente arriba cerquita de sus orillas a casa de Celso y de Ariel y, a lo de China Cerdeño en procura de ratos compartidos y, a lo de tío Ángel en procura de los frutos de sus enormes perales.
En el verano del 35 unos vecinos de la 4ª de Lavalleja que formaban parte de un movimiento opuesto a la dictadura de Gabriel Terra acamparon por unos días a la margen derecha de Cabrera frente a nuestra chacra donde el monte era algo más voluminoso y tupido. Me acuerdo que le carneaban capones ovinos al tío José María y colgaban sus cueros en el alambrado que dividía ese campo con el de tía Juana.
En el 39 cuando estalló la 2ª Guerra Mundial y mi hermano Rafael puso a reapertura una carpintería en Reboledo, mi tío Ángel en encargo al comisionista, llamado comúnmente el Correo, que desde la pulpería y almacén y también sede de carreras de caballos del vasco Facheli hacía el recorrido a Casupá transportando pasajeros y encomiendas en un viejo Ford, le trajera “La Mañana”; también había otra línea que iba a Minas y que sí era oficialmente correo dado que en lo de Facheli la Agencia 31. desde y a Casupá lo hacía pasando por la cuchilla de Figueredo, Paso de los Troncos (lugar este donde J.G. Artigas supo tener un campo y en cuya portera luce una placa conmemorativa y lugar donde en cierta fecha patria salen paisanos a caballo para ir a la Piedra Alta en la ciudad de Florida).
Ni que decir que mientras el diario “La Mañana” que yo iba a buscarlo para después llevárselo al tío aprovechaba para leerlo.
La nuestra era una zona de pequeños establecimientos de 45, 90 y 150 cuadras que en algunos casos se usaban como chacras en donde se cultivaban maíz, trigo, avena y en otros predios se priorizaba el ganado ovino y vacuno; sin dejar de tener gallinas y cerdos y algunas plantaciones para el consumo de porotos, papas y boniatos y otros.
Por aquellos tiempos del 30 y algo, nos visitaban turcos que vendían vestimentas y cosas por el estilo. También venía de Casupá don Jacinto Carrera con su carro tirado por caballos y vendía productos de consumo como yerba, arroz, azúcar, fideos, etc. y se llevaba huevos y pollo para la gente del pueblo.En el primer lustro de los 40, mi madre doña Concepción Recuero se vino a Montevideo y me trajo a la casa de mi hermano Florencio que moraba en las viviendas de ANCAP, en la Teja, a pocas cuadras de donde habría nacido nuestro presidente Tabaré Vázquez.
Santiago.
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Año 1950, nace una niña en el Pereira Rossel. Mi madre en aquel tiempo tenía 20 años y se consideraba menor. Ignoro totalmente dónde crecí hasta los 6 años.
Nuestro escritor Eduardo Galeano dice de recordarse significa: volver a pasar por el corazón. Y por muchas razones no puedo y no deseo pasar por el corazón; allí no sólo hay recuerdo, hay emociones malas, intensas y buenas. Lo que pasó, ya pasó.
Vivo en Montevideo desde que nací, no conozco el Uruguay, sólo la capital. En cierto modo hay suerte porque en mi país no hay terremotos, volcanes, huracanes, sólo alguna inundación en el interior.
Mi país no es muy alegre, la pasión más fuerte es el fútbol. Su gente es tranquila, a veces demasiado tranquila en mi opinión.
La gente que viene del interior es muy hospitalaria y hasta muy generosa y ese aire de inocencia y frescura que no les lleva a desconfiar de algo o alguien.
Sus barrios son grises, no se arriesgan a los colores. Que lástima que tampoco se preocupan de sus jardines o balcones con flores.
La gente adulta no se divierte como los españoles que los estimulan dando clases de baile y competir.
Existen lindos parques, el Rosedal del Prado, Parque de los Aliados y lo más lindo para mi es que cualquiera puede ir a la playa en ómnibus y hasta a pie, ya que no quedan tan lejos. Otros países no tienen playas.
También se puede ver el cielo límpido porque no hay amontonamiento de rascacielos.
Existe también mucha pobreza, gente que en invierno prefiere dormir afuera a la intemperie antes que ir a los refugios nocturnos.
Yo sé de lugares donde a los niños se les enseña a robar. Dicen los medios de comunicación que somos un país envejecido y creo que nosotros tendríamos mucho que aportar y dar de nosotros a los demás, nuestros jóvenes no sueñan como en mi generación.
No entiendo nada de política pero algo le pasa a la sociedad de mi lugar de origen, Uruguay. Oraré por los gobernantes de mi país.
Lylián.
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Colonia Valdense, 1926. Un pueblo aldea en el departamento de Colonia, a 10 km. del Río de la Plata. En este tiempo, sin carretas ni rutas asfaltadas, en un entorno arbolado de quintas plantadas por emigrantes italianos de la comunidad de Valdense, originaria del Piamonte. Mi casa, la del pastor mi padre junto a la Iglesia y a la Escuela, a pocos pasos del liceo fundado por mi abuelo en 1888 como primer liceo en zona rural del Uruguay.
Un lugar – jardín, con perfume de glicinas en primavera de jazmines y magnolias en verano.
Lo siento como un sitio de paz activa presidido por el espíritu dinámico y culto de mis padres, en el que brilla la armonía, el afecto, la solidaridad.
Colonia Valdense ahora transformada en “cuidad jardín”, de múltiples atractivos, sigue siendo para mí el lugar – refugio, iluminado de colores, perfumes y luces al que “vuelvo” con la imaginación cuando necesito tranquilidad de espíritu. Al que pienso regresar para cumplir un trayecto cíclico, en un próximo momento de mi vejez. Un retorno a las fuentes, que considero sumamente energetizante, imprescindible escenario para este tiempo definitivo de reflexión. En eso radica realmente, la diferencia con otros paisajes. Este está habitado por los seres que más he amado y que me acompañan permanentemente.
Silvia.
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1 comentario:

  1. LILIAN COMO ESTA RPEPARATE PORQUE NOS QUEDAN POCAS VACACIONES NOS V OLVEREMOS A ENCONTRAR BESOS PARA TI TAMBIEN PARA TU ESPOSO

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